RELATO REAL. “LA SOMBRA DE UNA MIRADA TIERNA”, por ZUL CONT



Salía del banco, de hacer unos trámites, y en mi interior pensaba en el lío en el que estamos metidos todos. Aunque con poco apetito, decidí almorzar algo rápido y seguir, pero caminando me encontré con la primera lección del día:

RUBEN O.B., un indigente, ciego luego de un ACV, un buen hombre de 61 años que vive en las calles sureñas de Buenos Aires y parece de 80, respetuoso y muy leído. Estaba sucio pero no huele mal. Estaba en una calle comercial, sentado, con la espalda apoyada sobre la pared. Un jogging, campera y un bolso negro, descosido. Lo vi pidiendo clemencia, llorando: – ¡Un pedazo de pan, por favor!. ¡Tengo frío!.

Liliana, una señora, a quien por entonces no conocía, emocionada hasta las lágrimas, le preguntó qué quería comer. Me detuve y la miré. –Vamos. Enfrente hay un lugar de comidas rápidas. Y fuimos. Le compramos entre las dos un sandwich de pollo y agua saborizada. Estaba tan agradecido que sus palabras invocaban a Dios, a nuestro corazón y a la bondad. Nosotras sólo queríamos darle lo mínimo que se le puede dar a quien siente hambre y frío. Él sentía que Dios lo había escuchado.

Fui a buscar ropa de los chicos a mi casa para llevarle. Volví al lugar y su agradecimiento no entraba en sus palabras. Estaba tan feliz. Se sentía tan apoyado. No queríamos que durmiera en la calle una noche más. Lo llevamos a la Iglesia. Esperaba que le dieran un lugar donde bañarse y cambiarse de ropa, pero me dijeron que no había lugar físico en esa enorme iglesia. Allí nos dieron la dirección de un refugio y lo acompañamos hacia la estación de tren para que se dirija hacia ese lugar. Él quería ir caminando pero nosotras le pedimos que no lo hiciera. Un hombre ciego corre peligros enormes como cuando un coche lo pisó y lo dejó internado en un hospital. Sin rencores, habló de su accidente como si hubiera sido su culpa por ser ciego. Yo he visto a esa gente a mi alrededor que no le daba el paso, que lo empujaba y que –como él mismo nos contaba- lo discriminaban por la desprolijidad de su vestimenta y su condición de “homeless”.

Mientras caminábamos nos contó que él había tenido dinero, varias propiedades, varios autos y que su mujer y amigos lo estafaron quedándose con todo su patrimonio luego de haber sufrido el ACV. Tristemente, nos parecía que era un poco raro, pero luego nos convenció. Parecía ser un hombre que había leído mucho. Trabajo durante 28 años en la costa atlántica cuidando jardines en una empresa de entretenimientos y comía con los dueños todos los días, pero cuando quiso jubilarse luego de la enfermedad se enteró que jamás le hicieron los aportes previsionales y no pudo lograrlo. Más dolor me dio. ¡Qué injusticia tan grande!. “¿Por qué cree usted que le pasó esto?”, le pregunté ingenuamente, aunque en el fondo sabía la respuesta. “Por bueno y confiado”, me respondió.

Despacito, caminamos hacia la estación, buscando algún caño o palo que pudiera servirle de bastón, algo que le diera apoyo y también que advirtiera a la gente que era una persona no vidente. Llegamos a la estación de trenes en obra de construcción y ahí se me ocurrió pedirle a un par de obreros que me busquen –por favor, de ser posible- un caño o un palo y que lo envolvieran con un plástico flexible blanco tirado por allí en desuso para recubrirlo. No podía ser de otra manera. La solidaridad es contagiosa, siempre lo es. Y este par de obreros, quienes ya se estaban yendo, pusieron manos a la obra construyéndole el bastón blanco de ciego, mientras yo iba a buscar cinta blanca para forrarlo en su totalidad, con un pedazo de media en un extremo para que le sea suave agarrarlo. Terminado su bastón, seguimos caminando unos pasos más hasta el andén. Nos sacamos una selfie, nos dio un beso respetuoso, amigable y emocionado por agradecimiento. –¿Cómo puedo pagarles este gesto tan bondadoso?. Yo sé hacer muy lindos jardines y macetas. Me gustaría poder ofrecerles mi servicio.-, nos dijo con lágrimas en los ojos. Miró al cielo y exclamaba: -¡Qué corazón tan grande tienen!. Yo estoy haciéndoles perder el tiempo. ¿Qué dirán sus familias que están aquí conmigo tanto tiempo?-. //

El tren cerró las puertas y decidimos esperar que tome el próximo, pero no fue necesario. Volvió a abrir las puertas y lo ayudamos a entrar entre la gente amontonada. Quedó en el medio, peticito, él, casi no se lo veía, con su bastón blanco que era más alto que lo necesario. “Ayudenlo a bajar, por favor. Es ciego. No lo aprieten. Adiós, Ruben. ¡Suerte!. ¡Llamaré al refugio para que lo ayuden a gestionar una pensión por invalidez…!. ¡Ayúdenlo…! ¡Ayu…!”. El vagón cerró la puerta, con la gente apretada adentro, las narices contra el vidrio, empañándolo, y se marchó. Con Liliana nos miramos, nos sonreímos y respiramos conformes, sintiendo la “misión cumplida” de una solidaridad de a tres, de a cinco. Nadie quedó sin su aprendizaje del día. Por Zul Cont-—–
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MÚSICA: Bersuit “Humor linyera”:


 
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